miércoles, 16 de marzo de 2011

El drama Erasmus (parte II)



NOTA: El drama es real: la beca Erasmus de la Comunidad de Madrid ha desaparecido este año sin dejar rastro. Antes de venirme para Alemania fui a preguntar en persona a ver si iban a concederlas en algún momento, aunque fuese ya mientras estábamos por aquí, y la amable señorita que me atendió me espetó "essque (con ese de pijilla) no se puede ir de Erasmus contando con la beca". La tocada de huevos es que ¡no respondió a mi pregunta! No me dijo si iban a salir o no, simplemente que se estaba estudiando y luego me saltó a la defensiva con el "haber haorrao". Pues vale, tía. Poco después les mandé como tantos otros erasmus una queja por internet y esa fue su descacharrante respuesta: OMG

Muy rico todo.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El drama Erasmus (parte I)

lunes, 7 de marzo de 2011

¿Estamos de erasmus o no estamos de erasmus?

Hay una frase que ha sustituido aquí al típico y cañí "a que no hay cojones". Se trata ni más ni menos de "estamos de erasmus o qué" y sus derivaciones lógicas que como habrán podido imaginar se asemejan a "estamos de erasmus o no estamos de erasmus, copón" y similares.

La sustitución se produjo de forma fluida y sin guerras civiles de por medio; mientras que el “a que no hay cojones” apela a las vísceras del receptor por encima de todo y directamente, el “estamos de erasmus o qué” no solo incluye esta importante faceta, sino que además toca la fibra del adolescente y no tan adolescente posmoderno que se cree para bien o para mal, mucho o poco, después de ver la película del profesor poeta o no lo del Carpe Diem. No hay más que darse un rulo por las procelosas aguas de los grupos de Facebook de erasmus y posterasmus para constatar que el aquí y el ahora cobran un sentido especial cuando sabes que todo tiene un final y este final es mucho más cercano y tangible que el de la vida porque ya sabes cuándo y cómo va a ocurrir hagas lo que hagas. O sea, que si estás cuatro meses en Vladivostok estudiando el primer día sabes que te quedan cuatro meses y que con la calma, que si no le entras hoy a Olga puedes entrarle mañana, pero cuando han pasado las primeras cuatro semanas empieza el acongoje y el acojone de “a ver si al final no me da tiempo a hacerme el tatuaje de la hoz y el martillo con el capitán Vladimir”.

Conmigo la mamarrachada del “a que no hay cojones" nunca ha funcionado. No tiene ningún sentido, por ejemplo, despelotarse a menos diez grados en mitad del bosque nevado en pleno diciembre a dos kilómetros del Círculo Polar Ártico si 1) Olga no te va a ver 2) no es vital para tu supervivencia inmediata 3) no te apetece hacerlo de verdad. Sin embargo el “estamos de erasmus o qué” con esas connotaciones de “me cago en la leche Merche, si es que más a huevo para cumplir lo del 'vive er momento' no lo vas a tener nunca” sí que surte su efecto. De hecho suele ser utilizado en la situación correcta, es decir, no como utilizaron los compañeros de clase de mi exprofesor de historia del arte lo de los cojones, que le montaron una buena al conminarle a zambullirse en el río Guadalquivir tras una loca celebración andaluz-universitaria, sino más bien como punto de inflexión y reflexión cuando se presenta la dicotomia “vale, o hago esta locura o me voy a casa a meterme en el Tuenti”.

Había cojones, los había. Ya no.

Sin ir más lejos el sábado pasado estaba yo en las Internets a eso de las ocho de la tarde cuando me di cuenta de que, qué narices, siendo sábado habría que hacer algo más que vegetar tirado en la confortable cama de mi residencia frente a la pantalla de mi portátil. Por ello me dispuse sin más dilación a interrogar a mis queridos compañeros de experiencia abroad estudiantil sobre el tema. Cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que la mitad de los erasmus se había vuelto a casa para no volver jamás (terminaron su único semestre) y que los que quedaban para el siguiente semestre estaban o bien en su país disfrutando de unas merecidas vacaciones (?) o bien en Köln, Colonia para los hispanoparlantes, celebrando el tan aclamado carnaval alemán con sus respectivas visitas.


Típica cosa sórdida alemana (casi casi pleonasmo, ¿eh?)

¿Todos? ¡No! Una pequeña gala resiste ahora y siempre al invasor. Marion seguía en Bochum tan abandonada a su suerte como yo. Tras diez minutos de “no, ir a Colonia no, es imposible encontrar al resto de erasmus, es muy tarde, está a tomar por saco, hay que pillar el tren...” se nos vino a la mente la arriba mentada frase de aliento, la frase de poder, almighy Thor, y nos dijimos “pero ¡eh! Quien necesita más erasmus, desde cuándo las ocho de la tarde es tarde, desde cuando una hora de ida y otra de vuelta es mucho, qué narices supone pillar el tren si nos sale gratis... somos erasmus o no somos erasmus, copón” y tras comprar algunas bebidas energéticas de venta en grandes superficies envasadas en latas de medio litro (aquí no se andan con chiquitas) y prohibida su distribución a menores de dieciocho años nos dirigimos prestos a la Haupbanhof de Bochum in order to pillar un tren que nos llevase a Köln.

Nota: En el metro me di cuenta de lo anormalmente despistado que puedo ser a veces al percatarme de que me había dejado el ticket gracias al cual nos era posible plantarnos en la ciudad de la Catedral que alberga los restos mortales de los Reyes Magos por la patilla, pero al final fue irrelevante.

Como ya nos imaginábamos lo que nos esperaba en Köln no es que fuese el carnaval de Río de Janeiro pero estaba mucho más cerca de ese que del de Villaconejos D'arriba, provincia indeterminada. La dantesca imagen que se extendía ante nuestros ojos era más propia de una revuelta islámica en primera instacia y de una película de terror postapocalíptico posmoderno prostático cuando te fijabas más de cerca: cientos, miles, millones de humanoides vestidos con las más terroríficas galas que las mentes de Lovecraft y Kafka hubiesen podido imaginar de haber estado interconectadas de algún modo visto en alguna película de cienca ficción de bajo presupuesto pululaban a sus anchas entre gritos, botellas estampándose contra el suelo o contra los labios de sus propietarios mientras la Música del Infierno, el Schlager, se colaba por nuestros tímpanos hasta lo más hondo de nuestro hasta aquel momento cuasi virgen e inmaculado cerebro no sajón. Pero eso no importaba porque nosotros íbamos a nuestra bola más total.


Esto es lo que creen que pasa

Esta es la realidad

Si bien el plan era una locura y teníamos muchos factores en nuestra contra no cabe duda de que nos bastamos los dos solitos para pasarlo bien, tal vez, eso es cierto, with a little help from our friends Krombacher y Fiege, pero eso son menudencias. El caso es que intentamos entrar en una discoteca de esas en las que tienes que hacer cola para que luego un negro 4x4x4 compruebe si las alpargatas que gastas en este momento están homologadas y con el visto bueno de la Convención de Ginebra para poder acceder al selecto, exclusivo y totalmente imprescindible Palacio del Placer Prohibido. El problema es que, a pesar de las gafas de pasta, el pelo corto y las pintas filohipsters de ella y mi cabellos Conanianos y pintas de filometalhead nos dijeron “de que no, de que asín no pasáis pa dentro, que tenís que llevar disfrá”. ¿Caímos derrotados? ¿Nos rendimos? ¡Jamás! Recordando las sabias palabras de “semos erasmus o gallinas” henchidos también bastante a esas alturas con el poder del zumo de cebada elaborado bajo las estrictas leyes de pureza alemana decidimos ir al bar con peor pinta más cercano. Por supuesto acertamos de pleno y así nos evitamos el bochorno de pagar por entrar a un sitio lleno de borrachos cantando Schlager que, por si no lo sabéis, es la prueba de que Alemania no es tan superior al resto del mundo, de que también tiene sus recovecos (recovecazos) oscuros (oscurísimos).

El sitio no era otro que el mismo en el que estuve con Manuel y Chris el suizo meses atrás en una épica noche de la que mejor no escribir nada porque ni la mejor poetisa de veinte años que escribía en Público y que ahora va a dar clases de poesía no sé dónde podría describir los acontecimientos allí ocurridos y los delitos allí perpetrados de la forma que merecen.

El caso es que, como ustedes habrán imaginado si hacen cuentas, hacía ya un tiempo y unas cuantas cervezas que era una necesidad imperiosa, una obligación que teníamos para con nuestras vejigas, descargar eso que ustedes pueden imaginarse. Nos dirigimos pues prestos al servicio, que no era más que un agujero excavado de mala manera en la fría roca, cuando demasiado tarde nos dimos cuenta de que nos habíamos dejado la piragua en casa. ¡Aquello parecía el Aquapark! Tras vadear como pudimos los ríos de agua, cerveza y pis un nuevo obstáculo se presentaba ante nosotros: discernir cuál era el empolvadero de narices de hombres y cuál el de mujeres.

Con lo sencillo que es poner un caballero de los que ya no quedan, sombrero de copa y bastón, en contraposición con una dama de las que ya no quedan, tocada con pamela, vestida de largo y con sombrilla en lugar de cosas modernas, incompresibles para el borracho medio a altas horas de la madrugada, que solo sirven para despistar a las buenas gentes que acuden al var. Que si graffitis indescifrables, que si símbolos sexistas, que si ¡letras! ¡simplemente la primera letra de la palabra Damen und Herren! Como si en España ponen H y M y va el típico gracioso y se mete en la M de macho... ¡así no!

Ahora bien, la palma se la lleva un bareto mandrileño, en concreto de la zona de Tribunal-Malasaña, que haciendo gala de una curiosa imaginación decidió hacer honor a su nombre, Oceans (“el ouceans” para los colegas), y plantar en los meaderos, atención, un pulpo y una almeja. Así dicho puede resultar gracioso, atrevido, diferente y todo lo que ustedes quieran pero imagínense la situación: dos erasmus en Madrid, pongamos una polaca y un checo, aparecen en el centro de la cosmopolita urbe y después de pimplarse la mitad de los productos de exportación típica española en forma de Sangría tiran Fuencarral parriba para seguir con su alcoholica celebración y llegan a la zona de bares, pero en lugar en vez de caer en El Alquimista, Pachá o el Cimmeria dan con sus huesos en el Oceans. Y con una melopea que ríase usted de la de Arrabal (y eso que por los lares de nuestros ficticios personajes le dan bien al pimple, no se crean) tiran para el baño y se encuentran con un puñetero pulpo y una puñetera almeja. Estando sobrios habrían reído o llorado, pero yendo como van se le desencaja la mandíbula, tardan en enfocar, ven como de ambos entran y salen seres con pelo largo y corto (recordemos lo moden-no de la zona) y encogiéndose de hombros se miran, se empiezan a descojonar a mandíbula caída-batiente y se meten en el que les queda más a mano, tal vez los dos juntos dispuestos a todo que ya va siendo hora de meterle La ficha definitiva a Irena. Total, ¿estamos de erasmus o no estamos de erasmus?